Los Pompiers – La ironía del Alcalde por Sebastián Riffo

Comentario a “Los Pompiers – La ironía del Alcalde”

Los artistas tienen que hacer lo que no saben hacer.

Chillida

Tened el valor de equivocaros.

Hegel

Cada acto de creación es un acto de destrucción.

Picasso

Ningún descubrimiento se haría si nos contentásemos con lo que ya sabemos

Séneca

No es conveniente jugar con las fórmulas artísticas. Hay que forjar la vida de manera que se deba formular después.

Nietzsche

La técnica hay que conocerla para no usarla.

Sieveking

El objetivo de tener método es llegar a no tenerlo.

Jieziyuan Huazhuan

Presentación

Los Pompiers — La ironía del Alcalde es una carta pública[1] redactada por Juan Emar en oposición a la iniciativa del señor Rogelio Ugarte Bustamante, (el primer alcalde de Santiago),  quien en 1924 quiso rendirle un homenaje a los artistas, poetas, escritores y periodistas nacionales, construyendo, con la ayuda del hasta ese momento joven escultor Tótila Abert, un mausoleo-monumento en el Cerro Blanco. Hoy tenemos acceso a dicha carta gracias a la iniciativa de la página web Memoria Chilena, quienes hace bastante tiempo subieron la publicación de Patricio Lizama: “Jean Emar, escritos de arte (1923 – 1925)”.

Datos contextuales

Últimamente, para rendir un homenaje muy merecido a los artistas, poetas, escritores y periodistas, que tan grandemente han contribuido a la difusión de la cultura y al progreso y prestigio de nuestra patria, resolví levantar para ellos un grandioso mausoleo-monumento en el Cerro Blanco, que hoy está completamente abandonado. En efecto, pedí al joven y talentoso escultor señor Tótila Albert me propusiera un proyecto, que ya está concluido y que será, a mi juicio, una vez realizado, una obra de exquisito arte, y tal vez el monumento más grandioso que haya en Santiago, ya que él lo constituirá principalmente el cerro ya indicado.[2]

Análisis

Adentrarse en la escritura de Emar es siempre un gran desafío. Por eso mismo, sería un completo error pensar que por ser una carta al diario y no una tesis doctoral, por ejemplo,  debiésemos prestarle menos atención. Ya que, muy por el contrario, como escrito, logra entramar un sinnúmero de referencias con las que podemos comprender el sentido de su pensamiento y su riquísima propuesta reflexiva.

De entrada, cabe destacar que Juan Emar antes de entregarnos la tesis de su carta, nos presenta su idea del quehacer artístico, una visión que sostiene toda la estructura de su escrito. Ésta, en tanto declaración de principios, comprende la producción de arte como aquel momento en el que el artista construye sobre la base del trabajo de una experimentación constante, donde las formulas productivas sólo funcionan en su aparición, en su florecimiento, mas no en su repetición, mucho menos en su enseñanza doctrinaria y dogmática.

“Es verdad, el arte, como en letras, apenas alguien cree haber hallado un punto fijo donde apoyarse para el resto de sus días, el punto se escabulle y uno queda apoyado en el vacío. Es la historia de los verdaderos artistas: cada mañana empezar de nuevo; en cada obra nacer al comenzarla y saber morir al terminarla”.

En ese sentido, para quien sea el poseedor de una determinada fórmula artística, aun cuando ésta sea inventada, tiene por devenir el triste camino de convertirse en amaneramiento[3], es decir, en el fructífero camino de los que no tienen camino y el de los que asumen sin más el descubrimiento ajeno como ruta propia. De ahí que Emar hable de la tragedia del arte, pues cualquier descubrimiento productivo deviene en muerte.

Emar relaciona esa muerte del quehacer artístico con la figura del pompier, estampa que apareció en el campo estético allá por el siglo XIX con la masificación de las academias francesas de estilo neoclásico. Emar ocupa esta denominación en su condición peyorativa, ya que antiguamente se ocupaba para burlarse de los alumnos del pintor Francés Jaques Louis David, pues éstos le daban mucha atención a los yelmos grecolatinos, similares a los casco de un bombero. Asimismo el término se vincula con el nombre de la Escuela “pompeyana”. Pero sin lugar a dudas, la homofonía con pomposo (pompeux en francés) ha sido el vínculo más popular que esta palabra ha atenido. Muchas veces relacionado con lo académico, con lo que se encuentra cubierto de honores debido a su innegable “saber hacer”. De ahí que el pompier represente el artista conservador de formulas. El pompieres enemigo de toda innovación.

Ahora bien, la noción de pompier no es utilizada completamente en su carácter peyorativo, pues ya de entrada nos presenta la cita de Cocteau, la que nos motiva a convertirnos en pompiers. Ya que en la medida en que aparecen nuevos, se destruyen los ya establecidos. En fin, se trata de asumir el carácter trágico del pompierismo pero de manera positiva:

“Los pompiers no están donde uno se lo imagina,

No hay que buscarles en otro planeta. ¿Cómo un

Bonnat, un Saint-Saens, ambos llenos de talento,

podrían ser pompiers? Los pompiers, los nuestros,

deben ser Rimbaud, Mallarmé, Cézanne, y luego,

nosotros mismos”.

Asumir ese carácter positivo y trágico del pompier no significa construir un sinnúmero de tumbas para nuestros artistas nacionales, comprendiendo el impacto nefasto que éstos tendrían por las nuevas manifestaciones plásticas llevadas a cabo por la vanguardia europea. Muy por el contrario, la lectura de Emar nos propone como tesis central, generar y proteger la vida de los artistas, apoyando y resguardando sus nuevas producciones. Recordemos que para el autor, los grandes artistas, los que no se bastan con los caminos guarecidos por los cánones, son los que como maquinarias energéticas provocan la muerte del artista cómodo y mediocre. Son ellos los hacedores de catástrofes. Esa lectura catastrófica como efecto de un encuentro inevitable es la que, desde mi punto de vista, Emar lee en el accionar del Alcalde, a esa voluntad retrógrada es a la que apunta críticamente.

En ese sentido, se desprende del texto que el carácter pompier funcionaría en dos direcciones, una positiva y otra negativa. La primera, absolutamente trágica, es el resultado necesario de toda experimentación apasionada, en cambio la segunda es la dirección negativa que comprende al pompier como formulación repetitiva de un espíritu pasivo y complaciente. De este último, se dice que:

“No pueden causar la muerte, pues son máquinas que no marchan. La electricidad, que da la fuerza y la muerte, no corre en ellos. A un pompier de verdad, oficial y decorado, se le puede tocar sin temor. Tanto da dejarlo al lado afuera de la puerta o permitirle la entrada hasta la alcoba. No hace más ruido que un gato regalón. Como los gatos, ellos también divierten con sus gestos de tigres en miniaturas; salvo durante un mes del año: en agosto los gatos se hacen insoportables con sus aullidos; al comenzar la primavera, los pompiers se hacen insoportables inaugurando un Salón Oficial de Arte Oficial…”

El peligro está en el espíritu fuerte no en el inofensivo. Es por eso que la tesis del escrito de Emar se nos entrega al final, pues para éste es muy importante dejar claro que bajo el accionar conmemorativo de una insipiente tradición artística nacional, no había más que el estandarte institucional de una tradición muerta, caduca, amparada bajo una voluntad pompier. En definitiva, se trata de mostrar  una posición crítica en contra del pensamiento cómodo, para dar paso a la construcción fructífera de la “tradición viva”, esa que se construye con el andamiaje –siempre complejo– de la contingencia.

Para finalizar, es significativo pensar cómo termina su carta:

“… ¿no habría medio de facilitarles un poquitín la vida?Construir algunos tallercitos o un pequeño teatro que no exija sumas fabulosas a lascompañías o una sala de exposiciones o una bibliotequilla con libros de arte o ¡qué séyo! Pues, piense usted, señor Alcalde, que con la ninguna facilidad que tienen hoy díalos artistas, pronto llegará el tiempo en que todos hayan renunciado a tan heroicacarrera. Y entonces, ¿Con qué va usted a llenar la tumba? Halágueles primero en vida,haga de las artes un oficio tentador, dé facilidades y una vez que haya en la repúblicatantos artistas como políticos, abra usted las puertas de la tumba y me los caza a todos“como a moscas…”.

Aquí, con diminutivos tales como “poquitín”, “tallercitos” o “bibliotequilla el autor potencia la pequeñez de su pedido, en oposición a la grandilocuencia de lo que significará construir un gran mausoleo-monumento. Asimismo se fundamenta la tradición en la consideración física de lo que no pesa, de lo que no se impone, de aquello que se expresa con la apertura vital de lo que no está determinado como canon. Pues, la tradición es un correlato que no solamente nos sitúa frente al pasado sino a un presente que se resignifica como conciencia histórica. Es evidente que la tradición es un pretexto que nos da la clave interpretativa de una memoria, pero ésta tiene que ser fluida y viva. El “transmitir” (tradere) de la tradición no se limita a producir una versión unificadoramente pompier de lo que debería ser el arte. Lo que la tradición transmite es vida, un arte vivo, un sentido de pertenencia y de comunidad, lo que necesariamente circula por medio de una palabra dialogal, muy distante de lo que podría ser una palabra tallada en una tumba.

¿Quienes serán los pompiers de hoy en día?

Sebastián Riffo


[1] La Nación, martes 12 de febrero de 1924, pág.5

[2]Memoria de la administración local de la capital. Correspondiente al período comprendido entre el 9 de Abril de 1923 y el 9 de Abril de 1924. Rogelio Ugarte B. Primer alcalde de Santiago. Abril de 1924. Librería e imprenta “Artes y Letras” pasaje Matte 50-51 Santiago de Chile. Pág. 77.

[3]El amaneramiento se engendra en la esterilidad de la imaginación.

Difundir el Amor

Agregar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *