El día de hoy, recorría la Galería Macchina con motivo de la inauguración de “Péndulos y Paralajes”, encuentro interdisciplinario organizado por el Centro de Estudiantes de Estética. Me disculparán los integrantes de la entidad y sus representados, pero no felicitaré la organización ni las obras, ya que al estar una obra mía (en conjunto con Felipe Contreras) en exposición, la recomendación vendría muy de cerca, por lo que tan solo me limitaré a agradecer la iniciativa a nombre de la comunidad universitaria. Sin embargo el espacio se comparte con la exposición “Diorama” de Felipe Muhr, la que visité y aprecié con bastante gusto, dado su inteligente configuración de una espectacularidad visual insinuante de un sentido a descubrir, creando gallineros bajo la estética de la feria científica o el rubro museal paleontológico.
Al igual que el 100% de los visitantes de cualquier exposición de arte contemporáneo en el mundo, recorrí la muestra intentando conjeturar un sentido, buscando satisfacer una necesidad enunciativa de un discurso a-lingüístico, meta-lingüístico, o x-lingüístico (como quiera, total da igual) que era requerido por la superposición de gallinas comunes, en entornos pictóricos relacionados cromáticamente con el plumaje de las aves, bajo la lógica museal ya mencionada. Así llegué a mi hogar con algunas ideas en mente, pensé -es decir, se me ocurrió creer a priori- que podía estar en frente de una constatación del uso instrumental de la vida como modelo representacional, como provocación a un espectador que sin embargo no duda en comprar la misma gallina frita tras ser criada en 60 cms cuadrados toda su vida. Todo estaba bien, hasta que leí el catálogo con el texto de Cristóbal Cea.
Aclaro antes de proseguir, que el título enlaza ambos apellidos, colocando a Cea en primer lugar, por el carácter exegético de la escritura, y su sincera vocación expositiva respecto al proceso de producción de la obra, que como ocurre en el 99,89% de las publicaciones sobre arte en Chile, son redactadas por amigos cercanos del artista. Es por ello que le creo; asumiré el texto como relato autorizado y unívoco de la obra, ya que por lo demás, de estar equivocado, este sitio está abierto para que los aludidos realicen sus aclaraciones y descargos.
Cea plantea la obra de Muhr como una ingeniería inversa, esto es, exponer desde la configuración estética, cómo los resultados de la ciencia, metonimizada en la alusión a la muestra paleontológica, vendría a ser un discurso, una categoría de relato que bajo este supuesto, mostraría absurda la -cito textual del texto- “fe ciega que -como sociedad- tenemos en la Ciencia como garantía de progreso y consenso”, y la obra se enmarcaría en “presentar a la Ciencia como una matriz estética que depende más del estilo que la veracidad”. Hasta acá no más llegamos; díganme resentido, díganme periférico, díganme negro, díganme indio e insensible, pero tuve la suerte de recibir buena educación, a saber: pensamiento crítico, por la módica suma de 5 lucas anuales (colegio municipal). Sé leer, si se me permite la jactancia, y en el texto de Cea no leo a Cea, sino que leo la herencia de la academia francesa que, como mala alumna del post-estructuralismo, y aliada sospechosamente de “casualidad” con el pensamiento “liberal” de la Escuela Económica de Austria, comienza con la diatriba de la Ciencia como “un discurso más”.
Disfrazados de multiculturales (jamás interculturales) el séquito de Derrida, Deleuze, Guattari y algún etcétera que mi mente cansada de madrugada olvida, expone la tierna intención de decir que no hay verdades superiores, que occidente ha tenido la prepotencia de imponerle su cultura al resto sin preguntar, y que cada pueblo puede autogobernarse… asumiendo toda realidad como construcción contractual de la cultura. No es que no haya nada de cierto, cualquier antropólogo serio sabe que “matrimonio” o “paternidad” significan lo que un grupo humano en un determinado tiempo y espacio necesiten que signifique, y gracias a eso nuestra especie ha perdurado; sin embargo, acá el subtexto es otro: la enajenación definitiva del individuo respecto a todo relato (pero qué coincidencia más grande, Lyotard ocupaba esa palabra) normativo objetivo, la emancipación definitiva del modelo ilustrado, no por su inviabilidad, sino por la acumulación anecdótica de sus errores supuestos como forzada condición natural.
Para quienes tenemos el criterio de leer algo más que humanidades tautológicas, conocemos de sobra el caso Sokal. No se enseña en la universidad, por cierto. Alan Sokal, físico de la Universidad de Nueva York, cansado de ver cómo filósofos francófonos posmos amparados con cómplice genuflexión monetarista por la seudoizquierda yanqui, usaban con negligencia conceptos científicos para enaltecer sus teorías, decidió emprender una treta. Escribió un artículo llamado “La transgresión de las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica”, les ahorro la pega: la fuerza de gravedad es una construcción cultural, es una construcción de la racionalidad occidental impuesta al mundo. Semejante estupidez, fue edulcorada con citas al canon filosófico de moda, con lenguaje como el que leemos en el 99,34% de los textos sobre arte, e increíblemente, fue aceptado y publicado por la revista académica Social Text, perteneciente a la Universidad de Duke. Sokal reveló con ironía su farsa, e inmediatamente Derrida y sus fans emergieron con diplomas bajo el brazo a tachar de ignorante, de resentido (¿le parece conocida la escena a escala local?) al físico, que junto a su colega belga Jean Bricmont, lanzaron en 1997 “Imposturas intelectuales”, un libro en donde se dedicaron a revelar los errores más impresentables en cuanto al uso desidioso de información científica por parte de filósofos posmodernos. Mi párrafo preferido:
Si, por ejemplo, en un seminario de física teórica, intentáramos explicar un concepto muy técnico de teoría cuántica de los campos comparándolo con el de aporía en la teoría literaria derridiana, nuestro auditorio de físicos se preguntaría, justificadamente, si dicha metáfora -apropiada o no- tiene otro propósito que exhibir nuestra erudición. Tampoco vemos la ventaja de invocar, aunque sea metafóricamente, nociones científicas que uno no domina al dirigirse a un público en su mayoría no especializado. En realidad,¿no se tratará de hacer pasar por profunda una afirmación filosófica o sociológica banal revistiéndola de una jerga con apariencia científica?
Han pasado 14 años y todavía no tenemos respuesta del otro lado.
En momentos de la historia en que parece escasear el compromiso real por asumir los costos políticos de un pensamiento verdaderamente crítico, son buenos bálsamos los productos ya testeados por el mercado del relativismo cultural. Lo curioso es que mucha seudoizquierda amparada en el posmodernismo, en el relativismo cultural, y con pancartas de “la ciencia es solo un relato más”, le pavimenta el camino para que avance sin contrincantes el neoliberalismo decimonónico, el mismísimo de Milton Friedman, que recoge el lema fundante del austroliberalismo encarnado en Friedrich von Hayek: la economía no obedecerá a la ciencia, basta con nuestros supuestos. (En una discusión con un “economista” austroliberal, me dijo: “quédate con tus ecuaciones que no sirven para nada”, por cierto, a través del inútil internet)
La destrucción presunta de normatividades universales, es una cubierta fina de espistemología que pretende esconder la justificación de la regresión evolutiva hacia el fin de la colectividad como condicionante de la vida humana, resaltando solo el mundo individual independiente de cuál sea; un solipsismo cognitivo cancerígeno en su fragmentarismo de lo real, que por capricho egoísta rechaza las certezas más fundamentales de la experiencia. La ciencia funciona, y cuando uno de sus practicantes yerra, el juicio implacable de la historia inmediata realiza la mejora correspondiente, ¿o acaso han visto que se vendan mapas de la tierra plana?, qué distinto sería el mundo si en disciplinas como el arte o la política primara el mismo criterio, en vez de los deseos de lisonjas fugaces y famas extranjeras. Vivimos en una sociedad dominada absolutamente por los resultados de la técnica, sin embargo presentamos una ignorancia proporcional sin precedentes respecto al pensamiento científico -hijo predilecto del pensamiento crítico- generando un riesgo latente y creciente; si dudamos de la efectividad de nuestra democracia, cómo no dudar aun más si quienes tienen el poder de decidir son incompetentes en las materias de discusión (como diputados religiosos argumentando en temas médicos) y la ciudadanía, único agente capaz de realizar cambios inmediatos, es continuamente desinformada, analfabetizada perversa y cobardemente por el mercado de la charlatanería.
Porque el mercado de la charlatanería abastece a todos los quintiles y rangos etarios, le lleva desde Omar Gárate, Juan Salfate, pulseras y oráculos, hasta filosofías que con un par de citas se tragan irreflexivamente la afirmación de que la distorsión del espacio tiempo por una acumulación de masa encontrada en todo el universo observado, es el invento de la sociedad industrial. Mientras los reputados artistas del canon occidental -palabra que solo es ofensiva y relativizante cuando se refiere a científicos parece- rendían pleitesía al emperador de Roma, fomentando la sumisión supersticiosa de la población desposeída, un astrónomo de apellido Galilei arriesgó la vida por contar los hechos, los porfiados hechos que terminarían por demostrar que el modelo teocéntrico de la sociedad europea sí que era construcción cultural, condenándolo a su futura desintegración. Fueron las menoscabadas ciencias las que comprobaron que el cerebro de los seres humanos, independiente de sus tamaños, posee habilidades sorprendentes y ecuánimes entre individuos, invalidando para siempre del pensamiento racional a todo tipo de racismo.
En momentos en que el mundo observa atento qué pasará en un lejano país africano codiciado por el poder político, económico y religioso, en un año en donde se estima que 7 mil millones de personas habitarán la tierra, siendo la mitad de ellos pobres, necesitamos algo más que fútiles tautologías retóricas, necesitamos avances que no tenemos, necesitamos la misma ciencia que permitió la impresión de los catálogos de Cea-Muhr y que les ofrece una esperanza de vida doblemente superior a la de sus bisabuelos. La impostura de Cea-Muhr es cómplice, independiente de si así lo desea, de la repartija del mundo sin contrapeso reconocible como objetivo, validable y verificable. Es posible que exagere en haber dedicado tantas líneas en un texto cuya centena de ejemplares será leída -en caso de serlo- en un 89,3% por personas del quintil más rico del país, quienes no sufrirán mayormente un potencial analfabetismo científico en sus vidas (aunque la muerte de Steve Jobs por preferir una terapia “alternativa” al cáncer da para pensar). Puede ser, quizá esto es un error. Pero lo que nunca será un error, es recordar que “la percepción, sin comprobación ni fundamento, no es garantía de la verdad”, advertencia de Bertrand Russell que resume el espíritu bajo el cual la humanidad a pesar de su insignificancia, ha logrado comprender algo del cosmos, disfrutar la vida, y por supuesto, crear un área de expresión que con el tiempo le pusimos “arte”.
Finalmente, no puedo dejar pasar la cita a don Gastón Soublette de su libro “Rostro de Hombre”. Me vale conocerlo y haber tenido el honor de interpretar música junto a él, además de entablar frecuentemente conversaciones en donde con sinceridad, aparece mi escepticismo y su devoción cristiana en diálogo franco. Nada más me limitaré a nombrar una clase, en donde un joven preguntó con entusiasmo “¿de dónde venimos?”, a lo que el profesor contestó sereno “somos una variedad del primate”. Por lo que ocupar una cita suya para acomodar el sustrato relativista del discurso Cea-Muhr, ni siquiera alcanza para impostura, es, derechamente, ser care raja.
Cea-Muhr, Fukuyama, Friedman, Hayek, Derrida, Kristeva, Juan Salfate, David Icke, Erich von Däniken, Alejandro Ayún, Maike Sierra. Solo falta el whisky para que se arme el carrete.
Nota: Los porcentajes mencionados son referencias vagas y retóricas, sin necesaria correspondencia con la realidad.