Lo que persiste en el desmedrado espacio galerístico chileno es su insistencia en una ideología que hace hegemonía en asuntos de academicismo y decoracionismo afirmativos. Esta característica general proviene de la influencia manifiesta que ejerce la ideología del arte efectuada por la prensa mercurial; así tal cual, las galerías de arte han sido los espacios referenciales para acceder experiencialmente a una ideología del arte mediática, propagandística, publicitaria; el arte allí se ha expuesto como objeto de las intencionalidades ideológicas del diario El Mercurio.
Así, muy bien estructurada ha sido esta “relación” entre “información periodística” y “programa galerístico”. De tal modo, el arte de galerías del barrio alto tiene su lubricidad social en las “notas críticas” que se efectúan periódicamente en el suplemento de Artes y Letras. Este suplemento deviene entonces en el reductor simbólico privilegiado de la plástica chilena. Artes y Letras ha informado a un lector que desde décadas ha atestiguado una pauta de imágenes que mecánicamente se trasladan hacia el galerismo comercial.
Los años 90: el neoliberalismo concertacionista.
El fetichismo en el arte.
Eran esos años en que el reformismo-capitalista de la concertación daba sus frutos al gran capital, al empresariado quefeliz veía crecer su riqueza en el nuevo modelo económico-político. Tal vez fue aquel el momento de gloria de estas galerías de arte. Momento en que el contrato social capitalista ofreció las mejores condiciones para decorar y engalanar las casas de una burguesía neo-conservadora que jugaba a ser moderna, a ser políticamente correcta y a permitir todos los contratos posibles entre economía y sociedad. Si, ciertamente había que explotar a una gran masa de trabajadores pero había que hacerlo de manera estilosa, solapada, con buenas palabras. El concepto de democracia dignificaba la explotación. Allí está el plus simbólico hacia la riqueza del proceso concertacionista: armonizar las relaciones de explotación a un punto antes desconocido. La concertación reeduca a la masa social disciplinándola sobre un patrón político-económico neo-liberal lleno de hipocresía ideológica, y cuya legitimación se sostuvo en la ilusión participativa sobre el mundo cultural. Para esto sirve el teatro del contractualismo en una sociedad plenamente pasiva y dominada.
La instalación de un clima social sosegado y acallado por los intelectuales concertacionistas inyectaba sobre las escenas del arte una falsa conciencia que la prensa mercurial supo siempre reconducir. Este ambiente indicaba a la comunidad del poder comprar algo de arte, e introducir color a los escolásticos salones de la nueva clase dominante. Esta nueva aristocracia tuvo en el arte de galerías el mudo trasfondo de un capitalismo sin conflictos aparentes. El artista y el intelectual observaban incautos estas condiciones de dominación sin entender nada; de tal modo, produjeron contentos al interior de unas condiciones sobredeterminadas que hoy se han agudizado un tanto más.
Me pregunto: ¿hubo un mejor clima social y económico para la dominación capitalista que el que ofreció la concertación de partidos por la democracia?, o ¿la ilusión inmejorada sobre la democracia no es sino la mejor herramienta política para actuar sobre el capital, exacerbándolo, diseminándolo, haciéndolo transparente?
En esos años el régimen político-económico instaló sobre el arte y la cultura la agudización de un criterio mediático de laissez-faire, y quien optimizó este espacio vacío, sin densidades discursivas de peso, fue obviamente el periodismo cultural del diario El Mercurio. El arte era una manera más de celebrar sofisticadamente el pacto contraído entre las disímiles fuerzas políticas dominantes del sistema de partidos.[1] El arte en galerías y prensa actuando como catalizador simbólico, como mercancía paliativa, colérica, anestésica. La banalidad lisonjera del sistema cultural y político de la concertación fue agudizada por la prensa, los galeristas, los gestores culturales, la burocracia del partido y la casi totalidad del campo artístico. Fueron tiempos de una solapada cobardía que hoy muestra otros frutos.
Afirmo que el producto más evidente hoy del “programa concertacionista” fue dejar a la sociedad civil paralizada, fragmentada y sin ideales. La sociedad chilena vive hoy los efectos miserables de un capitalismo sin imaginación, sin emoción, un desmantelamiento tal de toda utopía ejercida por el fariseísmo militante. El arte debía coleccionarse en aquellos años para fidelizar los contratos de dominación ¿sino, de qué otra manera hilar estéticamente la barbarie de las transnacionales, de sus operaciones financieras?
Ciertamente, el sistema de símbolos al interior del proceso reformista y neo-conservador en la política y en la economía ha requerido, sí o sí, de la comunicación de “obras menores”, de la reiteración fastidiosa de escenas y personajes fatigados histórica y formalmente. Se expone en galerías lo que el sistema de signos determina como necesario. Aquí no hay nada aleatorio, la representación del arte debe ser sincera con la especulación inmobiliaria, con el gusto de los nuevos profesionales, que ignorantes de toda historia artística, compran y legitiman lo que la crítica mercurial del arte y los suplementos de decoración dictan. Es un fetichismo de la mercancía revestido de colores y malas formas al cual una nueva clase media aspira estéticamente, y que la clase dominante expone y educa sin pudor.[2]
¿Qué cosas ocurren con esta información mercurial? Una primera, es que reseña mal, reduce ideológica y conceptualmente la producción sobre artes visuales y genera clichés que infantilizan la escena del arte. Leer las notas que allí se escriben no tiene hechizo alguno para un público ya interesado en el movimiento crítico de la industria cultural, asimismo el galerismo comercial ha dependido objetivamente de esta intencionalidad ideológica en la información del arte. Prensa mercurial y galerismo del arte han ido de la mano, a veces ampliando sobre manera la cosificación del arte en mercancía. No siempre ha sido así. Hay que diferenciar y hacer justicia. Hay galerías y galerías. Aquellas de los años setenta y ochenta se les recuerda con afecto e interés; y hoy operan unas cuantas más con ciertas autonomías programáticas indispensables.
No obstante predomina una cultura como curso de obras y artistas de muy baja calidad, que copan no solo la prensa mercurial a la manera de símbolos, figuras, actores de la escena del arte. Un arte de baja calidad es el que circula en todos los documentos de lectura publicitaria. Las galerías deben reforzar esta ideología mediática exponiendo a estos mismos artistas, generando notas, entrevistas y comunicación estratégica. Una falsa e ilusoria construcción de las escenas del arte chileno hoy. ¿Pero, qué otro arte hay? y ¿qué otras obras más podrían allí exponerse? El aparato concertacionista no tuvo ni la imaginación ni las agallas políticas para generar escuelas artísticas experimentales, extra académicas, populares, diseminadas en geografías donde las necesidades de promesa cultural eran y siguen siendo duras. Y bueno, tal vez El Mercurio no les dio permiso.
Se expone y se comenta mercurialmente el arte de una misma y cohesionada clase. La que habita en la comuna de Vitacura y sus alrededores. Es decir, ¿el galerismo nacional es el galerismo de una comuna? ¿Qué arte es éste? y ¿cuál seria el arte chileno?, ¿a qué llamarle arte nacional, republicano?, ¿qué es la historia del arte en estas condiciones, si una prensa escrita hecha dominante ha desarrollado una hegemonía cultural concluida?
El arte en sus relaciones prostituidas con este y otros mercados mediáticos –que en galerías y prensa tiene su circulación y promoción- acontece solo como ornamento pequeño burgués vulgarizado, como un gesto estético normado sobre la explotación económica. ¿Puede un arte de calidad ser mercantilizado hoy en la ignorancia artística y cultural de la sociedad chilena?, ¿y un arte brutalmente malo ser vendido, publicitado?[3] El capital ha transfigurado las experiencias de la alta cultura en kitsch, absorbiendo afirmativamente todo lo que la obra suministraba como fragmento luminoso de lo moderno. Las galerías acicalan la ignorancia artística de las clases dominantes generando interacciones filisteas con artistas sin personalidad ni discursividad reales.
Como antes decía, la cuestionable información sobre arte actual que la prensa selecciona es funcional a los intereses de una cultura político-empresarial hoy basada únicamente en los criterios del rendimiento y la ganancia.[4] Se comunica socialmente un tipo de arte que debe ser comprado, -“coleccionado” dicen algunos- como producto y beneficio.[5]
¿De qué escribirían entonces los críticos de arte, sino hay de qué escribir? ¿De las relaciones que hay entre un habitante pasmado y las estéticas decoracionistas que promueven las inmobiliarias? Manuscribir sobre arte será escribir sobre el proyecto ideológico de un diario o de la prensa en general
El Mercurio ha aleccionado el gusto pequeñoburgués de la clase política y empresarial, lo ha hecho sin interrupciones. ¿Quién podría permitirse escribir de otra forma, hacer otro periodismo cultural? No ha habido en esto adquisición objetiva del arte, sino solo un ocio acostumbrado a la pseudo realidad de los criterios académicos y mercantiles hegemónicos.
El intelectual crítico nada escribe sobre estos asuntos. Los restos conservadores de la camarilla ochentera, está en otros asuntos: haciendo mitología y una doxa parafernálica con sus fetiches editoriales de post-vanguardia que fastidian a más no poder. Algunos otros se han convertido en burócratas freak, coléricos, al interior de la linealidad programática de los regímenes.
Galerismo adiestrado y amansado por el aburrimiento de un capitalismo aleccionado en la grosería de la publicidad. Galerías en las que circulan siempre las mismas familias, las mismas estéticas, la misma moral y la misma ideología. Son estos asuntos los que han redundado en un galerismo mortuorio, tedioso. Falsa democracia, prensa ideológica, galerismo de familias. Una relación triádica que cosifica al campo del arte a ser espectador de la propaganda circulante.
Tal vez ya se adquirió todo el arte que debía comprarse, (todo aquello que estaba a la venta como expresión de la hipocresía política) que infantilizado en las mallas del capital-mercancía se presto para ser la cara visible de las relaciones decorativas entre la clase empresarial y su negociadora clase política. Lógicamente, muchas casas y departamentos se coparon de muy malas obras, de estéticas anecdóticas para “materializar en lo doméstico su estadio histórico en la dominación”.
Claudio Herrera
[1] La nueva clase política requería ciertamente aggiornarse simbólicamente con pinturas, grabados y esculturas del nuevo gusto; no obstante, en su ignorancia manifiesta sobre visualidad e historia, buscaron su educación programática del arte en el suplemento de Artes y Letras del diario El Mercurio. He constatado no sin pesar la educación activa y afectiva de este suplemento sobre antiguos militantes de izquierda. Discuten ellos de “arte” a partir de la editorialidad golpista. En unos pocos años los clanes políticos y las camarillas intelectuales hicieron de la sociedad chilena una novela perversa basada en la hipocresía, el oportunismo y la mentira.
[2] “Hay grupos que tienen las características superficiales de la clase media; hablan, escriben y piensan sobre sí mismos como clase media; pero objetivamente no lo son y resulta difícil imaginar cómo podrán salvar la distancia que separa su conservadurismo intrínseco, su respeto por los valores jerárquicos, su admiración por sus aristocracias nacionales, su deseo vehemente de elevarse y ser aceptado por aquéllos que consideran sus superiores, con el reformismo dinámico que generalmente se asocia a la idiosincracia de la clase media”. Norbert Lechner, 1970, Pág. 40.
[3] “Resulta manifiesto así que el campo literario y artístico se constituye como tal en y por oposición a un mundo “burgués” que jamás hasta entonces había afirmado de un modo tan brutal sus valores y su pretensión de controlar los instrumentos de legitimación, en el ámbito como en el ámbito de la literatura, y que, a través de la prensa, y sus plumíferos trata de imponer una definición degradada y degradante de la producción cultural. El asco y el desprecio que inspira a los escritores (particularmente a Flaubert y a Baudelaire) este régimen de nuevos ricos sin cultura, todo él marcado con la impronta de la falsedad y la adulteración del prestigio que la corte atribuye a las obras literarias más banales, aquellas mismas que toda la prensa vehicula y ensalza, el materialismo vulgar de los nuevos dueños de la economía, el servilismo cortesano de una buena parte de los escritores y de los artistas”. Pierre Bourdieu, Ibíd. Pág 95
[4] Las relaciones sociales entre industria inmobiliaria y decoracionismo de la vida domestica se resuelven al interior de los suplementos de la prensa.
[5] “La casa es el lugar de refugio del arte. El verdadero habitante de la casa es el coleccionista. Es él quien se encarga de la transfiguración de las cosas. Sobre él recae el esfuerzo de Sísifo de borrar de ellas, mediante la posesión, la cualidad de mercancías. Pero lo que hace es conferirles un valor de culto en lugar de su valor de uso. El coleccionista no sólo se transporta en sueños a un mundo distante o pasado, sino a la vez a un mundo mejor, en el que los hombres no están más provistos de las cosas que necesitan que en el mundo cotidiano, sino que las cosas están liberadas de la servidumbre de ser útiles”. Walter Benjamin, Escritos, citado por Renato de Fusco, “El placer del arte”, Pág. 151.